viernes, 24 de julio de 2009

Post (In)Útil - Cap. I

A pesar de tener muchas cosas para hacer podría decirse que todas ellas fueron inútiles para la jornada en si misma. Aunque uno pueda orillar en la contradicción, puede que también algunas hayan sido útiles, pero para otros fines, como ser los del goce. En un pretérito cuasiperfecto solía pensar que los placeres resultantes de pavonearse por los pasillos de galerías ignotas o el éxtasis del olfato frente a un café humeante eran de suma necesidad para sobrevivir en los tiempos que corren, eran la dosis perfecta de goce que uno requería a diario.

Un poco porque hice memoria de ello y otro poco porque aproveché la necesidad de hacer las compras para “la bomba”[1], me interné en los pasillos del “Mercado del Progreso”. Mi viejo me había hecho un par de comentarios al respecto del mismo, ya que entre sus escasas salidas del departamento, su deporte predilecto es ir a ese mercado a pagar las cuentas en una agencia de Pago Fácil que queda “por ahí, a la vueltita, no más.” Cada vez que me relata sus aventuras en ese inframundo de carniceros, verduleros vestidos con delantal blanco (g)ala y muchachos morochos de perfil arábigo[2] se le nota un cierto brillito en los ojos, como si alguna otra vez en la vida, cuando chico, hubiese sido también su placer pavonearse por esos mercados con la abuela.

Una vez dentro, es como si uno se teletransportara a un mundo paralelo con su propio ritmo. A diferencia del loquero automovilístico y peatonal que constituye Primera Junta, dentro del mercado reina la paz y la amabilidad, los personajes de cada uno de los stands te saludan más por cortesía que porque realmente les interese que compres algo. Creo que debe haber sido el día que más saludé en estos últimos meses. Y como todos brindan una sonrisa de bigotes peludos uno tiene que devolver una muestra de sus dientes relucientes estilo de spot de enjuage bucal.
A medida que iba abriéndome paso en esta “selva almacénica” fui descubriendo que había cosas que en mi vida hubiese imaginado que, cocidas, se comían. Aunque algunas de ellas las había sentido nombrar en alguna sobremesa de los banquetes de 25 de mayo que organizaba mi mamá no hace mucho tiempo atrás, pensaba que solo eran toques dignos de platos de chef y que los comensales que los mencionaban solo lo hacían para dar alarde de las cualidades culinarias que no poseían.[3] De todas maneras el que más me impactó fue un frasquito de “extracto de liebre en escabeche”. Osea, no era liebre en escabeche propiamente dicha, sino el juguito de ese menjunje algo así como 10 liebres potenciadas.[4]

Pensándolo bien, como diría un amigo, en ese mercado se ponían en evidencia cada una de las etapas del proceso manufacturero. En la punta opuesta de enfrente se encontraba un carnicero, con sus liebres y patos colgantes; mientras que del otro lado del pasillo estaba la señora de las conservas. En el medio, los muchachos arábigos que vendían las especias. Afuera, la selva de transito que supo hacer que esas carnes llegasen al stand. Y, en alguna otra punta de esa selva, una ruta que conduce a un pueblito o casa donde algún cazador o granjero dio vida[5] al plato que, próximamente, alguna señora bien presentará en su mesa. Ergo, goce. No fue tan inútil entonces.



[1] (chocolate + nueces)*masa crujiente por fuera pero suave y cremosa por dentro + frutillas + merengue italiano = bomba

[2] No porque sean descendientes de árabes, sino porque seguramente nacieron del otro lado de la General Paz y tienen la suerte de haber pasado el casting para vendedor en isla de especias

[3] Comprobado que Antonio siempre hacia sugerencias a la hora de preparar un asado, pero las veces que le tocó hacerlo siempre lo tostaba de más.

[4] De más está decir que en ese mismo stand había otros animalitos en escabeche, como jabalí y pato.

[5] Si, lo sé es una crueldad. Pero con la muerte del animalito se inventó el conejo en escabeche.








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